31.10.07

13 maneras de morir

I – Oliendo

Siempre estuvo ahí. Nunca renegó de nada. Tan presente como el aire, se hizo imperceptible. No formaba parte del comentario general, ni la opinión mas impiadosa o el juicio taxonómico.
Dialogaba y solo él guardaba el registro. Los otros lo olvidaban como a un sueño impotente. El mismo se dijo que ese amanecer lluvioso le agregaría transparencia.
Y salió.
Saludó el silencio de su rincón podrido.
Buscó toda la mañana un algo o alguien que no recordaba. Almorzó la última piedad recogida y ni siquiera pensó en la siesta. Pensó en que toda una tarde de angustia era demasiado tiempo perdido. Hacia mucho que no sentía la necesidad de tener un tiempo breve y urgente.
Pero se sentó en la plaza. Debía hacerlo. Debía respirar y mirar.
Sin bocinazos, los autos navegaban en paseo rutinario. Eran corceles luminosos bajo un sol decadente. La calle de asfalto sostenía una dura batalla contra los frentes coloniales de los edificios y éstos contra sus bizarras fachadas comerciales. Eso le supo a vieja deuda.
Ese día la gente era poca. Unos que corrían y otros que no. Unos esperaban no mojarse demasiado y a otros les daba igual. Ese día la plaza se limpiaba sola. Vio todo esto desfilar, anacrónico e infinito, paradojalmente corpóreo. Hecho trizas en tantas historias de vida apelmazadas.
Como tantas veces, prometió no arrepentirse de haber llegado a esa ciudad. Y quiso entonces descubrir un nuevo rincón y caminó.
Le subió por la garganta un gusto amargo y recordó a personas. Sintió las piernas endurecidas y se preocupó por un par de decisiones que se debía. El estomago se quejó y le prometió cambiar, de algún modo cambiar. Miró sus manos y pensó en su propio recuerdo. No se negó y supo que no se recordaba ya de otra versión de si mismo. Volvió a recostarse.
Se miró en perspectiva y contexto y encontró y supo que nadie le daría flores, ni se enterarían del hecho, si no fuera por la queja del diario por el abandono de una persona en las calles, que fuera encontrado por un vecino alertado por el olor cuando el viento paró y la lluvia no alcanzó a lavar lo olvidado en el rincón podrido.

Y si

¿Porque
los quiebres se parecen
a las heridas?
La geografía
de la cicatriz
es huella de heridas
diagonales y profundas..
Se siente
profundo y lejano,
y ya duele adentro
lo desconocido.
Una herida abierta
es puerta
que cruzar atemoriza
y paraliza.

Que sangre,
que destile,
que un insecto asome
y algo de vida
arrime una salida,
empuje el paso,
justifique el dolor
y amordace
el pasado.
Que este quiebre
no me destruya
la última voluntad
de ser humano.

SED